La muerte del Coronel Aureliano Buendía



Por Nelson Tapia

El Coronel Aureliano se levanta con lentitud de su cama, desayuna una mogolla y café con leche, no le dice buenos días a nadie, ni a su gato le da el saludo mientras se sienta en una silla de plástico escuchando los sonidos de motos y automóviles; mirando en su pared reliquias de las 37 guerras en las que estuvo pensando si valió la pena luchar tanto.

Después de ese desayuno para nada nutritivo, pero satisfactorio, va a su pequeño taller en el jardín de su casa a hacer pescaditos de oro como lo ha hecho todos los días desde que se retiró del ejército; se nota cómo le cuesta hacer el trabajo pesado de la metalurgia, pero el Coronel ignora los dolores de la vejez: todavía tiene esa mentalidad militar de seguir adelante ignorando las heridas. Pero el dolor es creciente y cada vez mas doloroso, en el pecho el Coronel sabe que no le da tiempo a buscar ayuda por su lentitud, así que deja los pececitos a un lado, se acomoda y cierra los ojos imaginando al pelotón de fusilamiento apuntando sus armas.

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